Una mañana más con
un ligero desparche profético.
El 1 de enero del año 2013 va a ser el día
más vacio del planeta. Lo será porque ese día estaremos seguros de que se agotaron
todas las fechas que vaticinaban el fin del mundo. Ese día no habrá más
posibles fines del mundo cantados durante décadas. Los Mayas eran nuestra
última opción. Ya nadie podrá decir que los cálculos fueron mal hechos y que
realmente no era en el 2012 sino en el 2020. No, el mundo, tal y como lo
conocemos debería terminar en el 2012 o a lo menos debería haber un cambio
radical de la conciencia mundial que marcaría el principio de una nueva era.
Pero cuando eso no suceda, cuando nos
levantemos el primer día del 2013 y salgamos a caminar a la calle en una mañana
soleada, deberemos aceptar que no va a haber final, que tenemos que seguir
viviendo sin un pronóstico de fin de los tiempos. Es como si una maldición nos
condenara a vivir eternamente. He ahí el gran sentido de las condenas de la
mitología griega, que eran eternas: Atlas fue condenado a cargar el mundo
eternamente; Sísifo debía subir una gran piedra hasta la cima de una montaña,
dejarla rodar y luego volverla a subir, y así por toda la eternidad. El solo hecho
de pensar la infinitud del tiempo es estresante. La certeza de un final, por
ideal que parezca ha permitido que la humanidad reflexione sobre la existencia
y sus enredadas relaciones con uno, varios o todos los dioses, que al fin y al
cabo se mantienen vivos por la promesa de que el mundo como lo conocemos
acabará algún día.
Me despierto todos los días, sé que tengo que
hacer una serie de cosas y cumplir con ciertos compromisos, pero también sé que
al final del día tendré la oportunidad de dormir, estoy seguro de que el día
terminará y de que “mañana será otro día". Pero si un día me dijeran que
no puedo volver a dormir, que tengo que estar despierto todo el tiempo y por
toda la eternidad, me enloquecería, necesito recargar, cerrar los ojos y soñar,
no puedo vivir sin mi mundo surreal nocturno.
El 2012, más que una amenaza, se convirtió en
una promesa de que este mundo injusto, violento y de ambición descontrolada
tendrá un final, de que habrá un mañana mejor o que de alguna manera todo
acabará de una buena vez. Cuando termine el próximo año y miles de millones se
hayan alistado para lo peor o lo mejor: Muchos se reunirán en familias enteras
a contarse anécdotas o a rezar durante días; otros se suicidarán en masa;
también habrán los que entreguen todos sus bienes a un pastor (como ya ha
sucedido), algunos se encerrarán y llorarán, otros se emborracharan y
fornicarán hasta el último segundo, y así. Lo cierto es que la humanidad entera
va a estar en esos días dándole vueltas a la insondable cuestión del final. Hasta
el más incrédulo al respecto va a sacudirse la cabeza diciendo para si: “pero
que estoy pensando, es una gran mentira”.
Y cuando empiece el nuevo año, cuando
amanezca y todo sea tan normal, cuando estemos seguros de que nada ha cambiado:
de que toca ir a trabajar a las 7:30, de que hay que pagar las deudas, de que estamos
en guerra, de que el mundo sigue siendo injusto, la gente se muere de hambre,
pocos tienen todo y muchos nada, de que cada vez esas cosas importan menos que
la lucha individual por tener lo propio y de surgir, de asumir un sistema
macabro y vivir de él; de que la conciencia por la existencia del otro, la
compasión y la piedad tuvieron su oportunidad y nada lograron, y lo peor, de
que el único final profético (fechado) posible pasó en frente de nuestras narices
y siguió de largo… qué pasará entonces?. Nada, pero cada vez creeremos menos en
los finales y deberemos asumir la eternidad de nuestra condición. Evolucionaremos, pero de manera aburrida y lenta.
El día que no se acabe el mundo sí habrá un
gran cambio de conciencia y es que asumiremos que el mundo sigue y perderemos
la esperanza en un final. Qué va a hacer la humanidad sin un final cantado. La
biblia lo prometió pero no dijo cuando, y sin fechas resulta aburrido pensar en
el final de los tiempos. Por eso me gustan más los mayas, o al menos sus
intérpretes, que tuvieron el valor de fechar el asunto del vencimiento del planeta humano, o al menos de
este lote.
Pero miren cómo son las cosas: es cierto,
todas las culturas han tratado de vaticinar el final de los tiempos, religiosa
o científicamente. Hagamos a un lado los profetas bíblicos, y concentrémonos en
la ciencia. Los mayas eran astrónomos increíbles, era natural, tenían mucho tiempo
para entender el universo; lo mismo pasa con otras culturas de antaño. Si
predijeron un final y estaban seguros de ello, basados en sus alcances de
interpretación celeste, estaban en todo su derecho. De otro lado, los
astrónomos y científicos modernos auguran también que el mundo se va a acabar,
dicen que científicamente está comprobado que el sol crecerá, porque así debe
ser y que en unos millones de años la tierra se tostará. Ellos están seguros de
eso y nosotros les creemos porque son juiciosos e inteligentes. Dentro de unos
millones de años se rumorará que los homo sapiens sapiens predijeron el final
de los tiempos y los “homo cuanticus 4D”
dirán: “en qué estaban pensando, a quién putas se le ocurre que el sol va a crecer”.
Amanecerá y veremos… (si amanece)
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